Metástasis y algo más

Ante todo, deseo contarles, que al igual que el más común de los mortales, soy un cristiano que cuando se me cae un martillo en el pie, grito ¡Hay! y no ¡Aleluya!

Lo cierto es, que hace aproximadamente 30 años, convivo con una enfermedad oncológica, un cáncer, para ser más preciso.

Con el tiempo, nos hicimos casi amigos. No teníamos alternativa y debimos aprender a compartir el mismo cuerpo. Yo tiro para un lado y él tira para el otro, nunca nos ponemos de acuerdo.

Casi no se acuerda de mí, pero cada tanto me visita. No es simpático tener un amigo de estas características.

¿Cómo se presenta? A través de lo que los médicos llaman metástasis (diseminación de un tumor maligno), palabrita perturbadora, si las hay.

La cuestión es que, en estos últimos tiempos, “mi amigo” volvió a visitarme.

Como corresponde a cualquier cristiano, después de enterarme del asunto, puse el tema en manos de mi Creador, como lo hago todos los días, incluso por cosas mucho menos importantes. Y, por supuesto, fui a ver a mi oncólogo.

La cuestión es que, luego de un tratamiento adecuado, y contra todos los deseos de “mi amigo”, una vez más, las cosas se están reacomodando en mi cuerpo.

Al margen de ello, amigos de la vida, que los tengo y muy buenos, al enterarse de la situación, se acercaron para apoyarme y darme ánimo, y por su parte, hermanos de mi iglesia, se acercaron, para decirme que estaban orando por mí.

Hasta aquí, solo una historia. Real, por cierto.

Pero lo que quiero compartir con ustedes, es lo siguiente:

Resulta que uno de esos amigos de la vida, a quien mucho aprecio, me hizo un par de preguntas honestas e intrigantes para él, relacionadas con mi salud.

Luego de escuchar mis comentarios sobre cómo, una vez más, mi salud mejoraba luego de la mencionada metástasis en mi cuerpo, admitió que había un par de cosas que no entendía.

Pino, porque así se llama mi amigo, me planteó, dos preguntas:

- ¿Tu enfermedad, es por voluntad de Dios?

- ¿Tu mejoría, es gracias a Dios o es casual?

Mi amigo estaba tratando de entender lo que a todas luces parece una obvia contradicción: por un lado, los cristianos tenemos un Dios que nos cuida y eventualmente nos sana… y por el otro, ese mismo Dios permite que nos enfermemos.

Ninguna novedad, pero una interesante dicotomía.

Efectivamente, la vida de los cristianos transcurre a la par de los no cristianos. Ambos nacemos, sufrimos las mismas enfermedades y vicisitudes, y podemos llegar a morir en el peor de los accidentes. Hecho que debemos aceptarlo, así como suena. Si alguien te asegura lo contrario te está mintiendo y creer que somos intocables es engañarnos a nosotros mismos. Debemos dejar nuestra necedad de lado y solo mirar a nuestro alrededor.

La pregunta de mi amigo no era nueva para mí. Pensando en cómo responderle, se me ocurrió contarle una historia real, que refleja con claridad lo que siento respecto a mi enfermedad y que deseo compartir hoy con ustedes.

“Hace un tiempo, tuve una perra de raza Husky Siberiano llamada Laika. De más está decir cuánto cariño le tenía.

Los Huskies tienen una particularidad: sus genes salvajes los hacen ser inquietos y poco sumisos. Llevar a Laika a pasear con un collar y correa era prácticamente imposible, especialmente a medida que crecía y ganaba fuerza.

Un día, decidí consultar con un adiestrador y me sugirió utilizar un collar especial, conocido como "collar de ahorque". Este collar se ajustaba al cuello de Laika cuando intentaba alejarse de mí, obligándola a caminar a mi lado. Funcionó a la perfección.

Con el tiempo, algo curioso sucedió: cada vez que salíamos a caminar con el collar de ahorque y la correa, Laika no se apartaba de mi lado. Esto me hizo preguntarme: ¿Y si solo le coloco el collar, sin la correa?

¡Bingo! Bastaba con ponerle el collar de ahorque, y Laika permanecía a mi lado, sin alejarse.

Así fue como, poco a poco, comenzamos a caminar juntos, Laika siempre cerca mío, sin correa, solo con el collar. Este cambio no solo me permitió cuidarla, sino también guiarla con mi voz, creando una conexión más profunda durante todo el tiempo que estuvo conmigo.

La enfermedad no deseada que afecta mi cuerpo ha sido, para mí, como un bendito collar que Dios colocó en mi vida. Me ha forzado, y aún hoy me fuerza, a depender de Él, a caminar a su lado, a escuchar su voz y a buscar su voluntad cada día.

Después de tantos años, puedo decir con certeza que, aunque en su momento no lo entendía, ha sido lo mejor que me pudo haber sucedido.

Debo agradecerle a Dios, el haberme acompañado fielmente en este difícil y complicado viaje que es la vida. Él me ha guiado en mi matrimonio (mientras escribo estas líneas estoy cumpliendo 49 años de casado), en la crianza de mis hijos, y me ha regalado nietos, familia, amigos, hermanos, trabajo… absolutamente todo, incluida la salud.

Pero, por encima de todo, le agradezco la seguridad de la vida eterna que tengo, por el sacrificio de Cristo en la cruz.

Les dejo un versículo bíblico:

“… sé los planes que tengo para ustedes, afirma el Señor, planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza. En esos días, cuando oren los escucharé. Si me buscan de corazón, podrán encontrarme”
Jeremías 29:11-13

Juan Alberto Soraire

Un cristiano del montón